0 ¿Antisistema yo? ¡Por supuesto!



A raíz de los incidentes ocurridos en Barcelona el 29-S y Últimamente en Francia, la crítica a los “antisistema” ha inundado el debate en los medios de comunicación asociando, de forma reduccionista y descontextualizada, el concepto antisistema y la violencia urbana.
Lejos de esta imagen interesada, la práctica diaria de los “antisistema” se encuentra en las federaciones de vecinos opuestas a la especulación inmobiliaria, en el sindicalismo alternativo, en el activismo contra el cambio climático, en los foros sociales, en la defensa del territorio frente a las grandes infraestructuras, en los centros sociales autogestionados, en la generación de experiencias de consumo alternativo y de promoción de la agroecología, o en los intentos de abrir una brecha en el sistema político impulsando candidaturas alternativas. Los movimientos sociales alternativos se caracterizan por ser motores del cambio social, generar propuestas rompedoras y fomentar nuevas formas de sociabilidad, de pensamiento crítico y de creación artística, liberando la creatividad humana encorsetada en las rutinas cotidianas.
En un contexto donde la credibilidad y la legitimidad del actual modelo económico está en entredicho, a pesar de que sus valores han penetrado profundamente en las conciencias de los de abajo, el poder establecido lucha para evitar que descrédito y malestar se transformen en movilización. Para conseguirlo es preciso que los trabajadores piensen que ésta no sirve para nada y que todo está perdido de antemano. De ahí los discursos oficiales sobre la imposibilidad de practicar otra política, de ir contra los mercados internacionales, de la inevitabilidad de las reformas anunciadas, y las tentativas de fabricar un mensaje mediático de fracaso del 29-S con fines desmoralizadores.
Se requiere también desacreditar al anticapitalismo emergente y a los movimientos sociales. Los intentos de criminalizarlos y estigmatizarlos pretenden abrir una fosa insalvable entre las minorías activistas y el grueso de los sectores populares. Lo vimos a comienzos de siglo en el momento de auge del movimiento “antiglobalización” y lo vemos ahora en medio de las resistencias a la crisis.
El sensacionalismo en torno a la violencia del 29-S ha buscado descalificar directamente a la huelga, en el caso de los sectores reaccionarios opuestos a la misma, o a los movimientos sociales alternativos, en el caso de la izquierda institucional, favorable a la convocatoria, pero contraria a una perspectiva de ruptura con el presente orden de cosas.
El tratamiento mediático de las acciones violentas cuando tienen lugar en manifestaciones y actos de protesta contrasta crudamente con el de la violencia de todo tipo que emana de las relaciones de poder, dominación y explotación del sistema actual, a menudo invisibilizada y naturalizada. Así, por ejemplo, el énfasis exagerado en los destrozos en inmuebles el día de la huelga sirve para esconder violencias mucho más graves sobre personas ocurridas durante la misma, como la represión policial a los piquetes sindicales y, sobre todo, las coacciones empresariales a los trabajadores para que no secundaran la huelga.
Ante un sistema sombrío y violento, incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la mayoría de seres humanos y responsable de una crisis ecológica global que amenaza a la propia supervivencia de la especie, somos muchos quienes sin duda nos consideramos antisistema, aunque le veamos poca utilidad en utilizar un concepto fabricado por los mass media y de claras connotaciones peyorativas. Si el sistema al que nos oponemos es el capitalismo, nada mejor que definirnos simplemente como anticapitalistas.
A pesar de su aparente carácter negativo, el anticapitalismo, tal y como lo entendemos, desemboca directamente en la formulación de propuestas alternativas que apuntan hacia otro modelo de sociedad. “La indignación es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya ve”, señalaba el filósofo francés Daniel Bensaïd. Del rechazo inicial a lo existente se pasa después a la defensa de otra lógica opuesta a la del capital y a la dominación.
Los límites del término son, en cierta forma, los límites del periodo actual, todavía de resistencia y de (re)construcción, marcado por la dificultad para expresar una perspectiva estratégica en positivo y para afirmar tanto una perspectiva revolucionaria de transformación, como un horizonte de sociedad alternativo. Los grandes conceptos de la historia del movimiento obrero, como “socialismo” o “comunismo”, tienen hoy un significado equívoco debido al fracaso de los proyectos emancipatorios del siglo XX. Se precisan todavía nuevas experiencias fundacionales para imponer nuevos términos o recuperar los antiguos.
En vistas de cómo va el mundo, el anticapitalismo es hoy una apuesta perfectamente razonable y un verdadero imperativo moral y estratégico. No parece que sean los antisistema quienes deban justificarse, sino los pro-sistema quienes deberían hacerlo. “No se puede ser neutral en un tren en marcha”, nos recordaba el historiador Howard Zinn en su autobiografía, y menos en un tren desbocado hacia el precipicio como lo es la humanidad, retomando la lúcida metáfora de Walter Benjamin. Hay que escoger entre dos lógicas antagónicas, la de la competencia y del todos contra todos o la de los bienes comunes y la solidaridad. Este es el dilema planteado por los movimientos anticapitalistas y antisistémicos de hoy en día.
Josep Maria Antentas es profesor de sociología en la UAB y Esther Vivas es activista en movimientos sociales. 
Ambos son autores de “Resistencias globales. De Seattle a la crisis de Wall Street”. 
Artículo publicado en Público, 15/10/2010.



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