PELENTRARU continuó con su plan de cortar en dos el territorio rebelde, para mantener a los españoles ocupados en defender la línea del bio bio, mientras él se dedicaba a hostigar y a arrasar las ciudades al sur del bio bio
Ordeno a nagilfudi que atacara el pequeño fuerte de molchen, con el fin de dirigirse él personalmente a amagar la plaza de Angol. Luego, juntarían ambas fuerzas para dar el asalto definitivo a la ciudad de Santa Cruz. Este plan estratégico, reportaría la destrucción de todos los establecimientos españoles, crearían la desmoralización de sus pobladores y produciría el daño necesario para asegurar la victoria. Puede decirse que las acciones siguientes habrían de ser la artillería moral del toki mapuche
Nagilfudi, valiéndose de la misma estrategia usada por leftraru en tukapel, introdujo a algunos de sus weichafe cargados con haces de pasto dentro de la fortaleza de molchen. Esperó que el capitán, confiado en la tranquilidad de la zona, enviara la mitad de su gente a patrullar los alrededores; luego atacó y degolló al resto mientras dormían, y finalmente incendio la construcción. Los siete que estaban, vieron desde lejos las llamas y huyeron velozmente a Angol.
Por su parte, PELENTRARU se presentó con una tropa pequeña y ágil en las cercanías de Angol, y tuvo varias escaramuzas con su guarnición. Después se retiró, dejando algunas partidas de guerreros que les impidieran las salidas y se dirigió a preparar la caída de santa cruz.
Entre las medidas que había dispuesto para su próxima operación, figuraba la de entrar personalmente a la plaza enemiga con algunos de sus “capitanes”, y permanecer allí algunos días para informarse de su poderío, dotación y puntos débiles de la fortificación, datos que habrían de facilitar enormemente su asalto o sitio
Los españoles se basaban en la antigua costumbre mapuche de cortar el cabello de sus weichafe antes de los combates, para distinguirse entre los “indios de paz”, “yanacona”, de los guerreros mapuche. Por esta razón, PELENTRARU había ordenado tiempo atrás a sus hombres dejárselo crecer el pelo para confundirse con los naturales sometidos
El toki general era de mediana estatura, alto de pecho, ancho de hombros, la inteligencia de su mirada y la arrogancia de sus gestos acusaban en él, al hombre de mando, cualidades que debía ocultar si quería hacerse pasar por uno de los muchos naturales sometidos, que trabajaban y pululaban servilmente por la ciudad. Tanto él, como sus acompañantes estaban acostumbrados a responder con energía ante la menor provocación. El toki les indicó que en beneficio de su causa, debían mostrarse humildes serviles y rastreros, caminar con la frente gacha bajo el peso de sus cargas, pero sin dejar de observar por el rabillo del ojo cuanto ocurría a su alrededor.
En los días que permanecieron dentro, notaron que la aldea había alcanzado gran prosperidad en sus cinco años de vida. Contaban con ochenta vecinos, habían instalado dos conventos religiosos, uno de franciscanos y otro de mercedarios y muchas estancias, heredades de viñas, sementeras y ganaderias, y en las cercanías se labraban minas de oro. La actividad agrícola y minera pronosticaba el rápido crecimiento de una ciudad floreciente, y hacia mas terrible para los españoles su caída y mas urgente la destrucción para los mapuche.
El Toki advirtió una situación que no había conocido en su ataque anterior: La escasez de agua que padecía la plaza. Construida en una altura, tenía grandes problemas de abastecimiento de ella. Esto la dejaba enormemente vulnerable a un asedio. Sus defensores no sufrirían hambre ante un cerco, pero morirían abrazados por la sed. Que atacaría a todos los refugiados dentro del fuerte.
Entretanto Anganamun y Nagilfudi continuaron reuniendo sus fuerzas a la espera de la orden de PELENTRARU. Pero este, que conocía la renuencia de las autoridades españolas a abandonar un lugar de tanta importancia, hizo encender durante varias noches, cientos de pequeñas hogueras, para dar la impresión a los defensores de que estaban rodeados por una muchedumbre de enemigos prestos a atacarlos.
Al ver este amenazador espectáculo nocturno, Francisco Jufre despachó un mensajero al gobernador Vizcarra, solicitándole que decretara urgentemente la despoblación de la ciudad y el abandono del fuerte, ante la imposibilidad de resistir un cerco o un asalto que pondría en grave peligro, no sólo a la guarnición militar, sino también a los vecinos que se habían establecido a su alrededor.
En verdad, la prosperidad de la región hacía dolorosa y difícil la decisión de su abandono, más aún sabiendo que en cuanto se hubiese retirado, los mapuches arrasarían no solo con las construcciones, sino además con los sembradíos, animales y cuanto no pudieran llevarse los moradores. Esta es la razón de que Francisco Jufre no se atreviera a tomar personalmente la responsabilidad, y la dejara en manos del gobernador.
La prudencia legalista de Viscarra le aconsejó mirar con sumo cuidado la petición del teniente general, precaución que, fue muy acertada, pues sus sucesores criticaron ácidamente el abandono de la ciudad. La solicitud de Jufre era lógica y justa, pero vislumbrada que cualquier decisión que tomase seria motivo de disgusto posterior. Si se negaba, le serían achacados los muertos y prisioneros. Si accedía, la perdida del bastión también seria de su cargo. Sospechando estos razonamientos resolvió reunir en consejo de guerra a los capitanes y gente de experiencia, para que entre todos resolvieran lo más conveniente.
El consejo estimó que, de mantener la ocupación, el riesgo de la destrucción y pérdidas materiales se sumaría al daño moral que significaría la victoria de los mapuches, y que las posibilidades de resistir un asedio en las actuales condiciones, en que no se contaba con medios para socorrerla, eran mínimas. Finalmente se acordó aceptar la petición de Francisco Jufre y despoblar la ciudad.
El teniente general procedió de inmediato a todos los pobladores hasta la orilla del rio, distante unos tres cuartos de legua de santa cruz, con el pretexto de construir una empalizada sobre el costado del cauce, lugar en que estarían protegidos. Una vez que llegaron a ese punto, les comunicó que habían debido levantar la palizada en la otra margen, donde era mas seguro, en la confluencia de la laja con el bio bio
Francisco Jufre empleó este ardid para engañar a los vecinos, pues si les hubiera advertido desde el primer momento que pensaba cruzar el río, se habrían negado abandonar sus casas, siembras y demás bienes, porque contrariamente al capitán, no consideraban tan amenazante la situación.
Mientras se hincaban los troncos que conformarían la muralla, Jufre fue informado de que el fuerte llamado Jesús, ubicado en tralkamawida, era atacado por los mapuche. Con suma rapidez, despachó en su auxilio un piquete de catorce hombres al mando del teniente Delgado. El capitán de la fortaleza, Hernando de Andrade, resistió bravamente con sus soldados dieciséis horas, hasta que llegó el refuerzo y juntos desbarataron a los mapuche, pero la intención de estos fue solo distraer al enemigo, convencerlos que también debían abandonar el fuerte de Jesús.
Así sucedió, Francisco Jufre envío a pedro de león con más gente y un buen numero de caballos para que lo desampararan y se vinieran todos a su campo. Dos día después, levantó el campamento y continuo hacia chillan con pobladores y soldados.
PELENTRARU podía considerarse satisfecho, caía la primera de las siete ciudades y podía campear ahora por la mayor parte de la ribera del bio bio.
PELENTRARU, EL RECONSTRUCTOR DE LA PATRIA
Pelentraru toki general 1599-1610
fuente: MAPUEXPRESS